martes, 24 de enero de 2017

CRÓNICA DE UNA POLÉMICA

                

Y los límites entre realidad-ficción en el terreno periodístico



             Resulta sorprendente la disposición que tienen algunos temas, de trascender ya no solo en el tiempo, sino de los mismos hábitos en los que nace. Con esto me refiero al intenso debate que se originó allá por Enero del 2011 entorno a los límites entre Realidad y Ficción dentro de lo que se podría denominar ‘nuevo periodismo’ o ‘prensa de opinión’. La polémica en torno a la Realidad y la Ficción llega a nosotros no sin antes experimentar múltiples variaciones. Esta se remonta a tiempos helénicos, cuando Aristóteles nos exponía en su Poética una concepción bien distinta de lo que hoy se considera ficcional, y nos decía que una ficción, siempre y cuando se basase en los principios fundamentales de la verosimilitud, consistía en una copia de la Realidad. Como iremos viendo a lo largo del presente debate, el concepto de ficción ha transmutado bastante (casi rebajándose), hasta llegar al punto de convertirse en una mentira. 
Para comprender en toda su amplitud esta polémica (que ni mucho menos se centra únicamente en el debate Realidad/ficción) tendremos primero que hacer un breve repaso de los artículos que van surgiendo como ramificaciones entorno a un desafortunado (para unos, para otros no tanto) artículo que publicó el conocido académico Francisco Rico. En verdad, el artículo no es desafortunado del todo, pero sí lo pueden llegar a ser las últimas palabras que este coloca para cerrar su, cuanto menos, curiosa crítica: En mi vida he fumado un solo cigarro. Me explico y procedo. 
Rico, en una buena mañana de Enero (más concretamente del día 11, a los datos me remito pues será importante para el transcurso de la “trama”) en un impulso apasionado decide volcarse con los fumadores de toda España y arremete contra la Ley antitabaco vigente desde el 30 de Diciembre del 2010. Su alegato se basa en condenar una ley que califica como golpe bajo a la libertad, muestra de estolidez y vileza y que se engendra en una actitud inquisitorial y celo puritano. 

Uno al leer el artículo, (mejor si eres lector fumador), siente una cierta simpatía hacia el escritor e incluso llega a sentirse identificado con su forma de pensar. Todo este sentimiento se ve frustrado cuando Rico cierra su discurso con la frase de marras, sumiendo al lector en una ingrata confusión, el cual damos por sentado que sabe perfectamente que Rico vive pegado a un cigarrillo. Con esta consigna (aparentemente inocente), Rico enciende la mecha que faltaba por encender y provoca que algunos de los periodistas más importantes de España combatan a base de mucha retórica y mucho saber, acerca de lo que es o no es lícito escribir en prensa. De este modo, los interrogantes irán surgiendo y fluyendo a medida que van pasando los días. 

El 13 de ese mismo mes, Cercas se solidariza con su compañero del País, y sale en su defensa escribiendo ‘Rico, al Paredón’. Tras la lluvia de críticas que avasallan a un Rico, sorprendentemente indiferente, y que más tarde llegaran a dominio incluso de la ‘Defensora del Lector’, el escritor extremeño decide tomar cartas al asunto, y lleva la polémica al terreno que mejor maneja, las limitaciones entre lo factual y lo real. Este en primer lugar, le resta importancia a las palabras de Rico, y aboga por la ironía y el humor. Crítica asimismo a aquellos que no son capaces de reírse de cosas que son más que obvias, pues está claro que Rico ha querido poner la nota de humor a tan escabroso asunto. Tal vez los lectores tan alienados como lo son los que han demostrado tomarse con tanta enjundia este suceso, deban merecerse ser castigados sin el dichoso vicio. 
El caso es, que estas últimas palabras abren la veda a diferentes cuestiones, entre otras, ¿Hasta qué punto es lícito utilizar mentiras poéticas para defender verdades? Es más ¿Hasta qué punto es lícito usar retoricismos poéticos en artículos periodísticos? ¿Cuáles son los límites entre periodismo y literatura? ¿Es tan serio el periodismo como para ni tan siquiera permitirse (en un artículo de opinión) meter alguna que otra puntilla literaria? Las cartas están sobre la mesa, y los límites entre ambos bandos, que al parecer no han estado tan unidos como creíamos, quedan peligrosamente diluidos. 

Cercas en palabras de Raymond Carr resuelve una de las cuestionas planteadas de una forma un tanto romántica. Si la historia, que es un conjunto de datos puede llegar a ser interpretación imaginativa del presente, por qué un artículo, que es más de lo mismo, no iba a funcionar de la misma manera. El periodismo, partiendo de la base de que nunca ha conseguido desprenderse del todo de la subjetividad (y más en nuestro país), se basa en continuas interpretaciones. Lo que, por tanto, ha hecho Rico en este caso, es llevar la interpretación al nivel de lo literario y se ha tomado la libertad de convertirse en una especie de Rimbaud, o lo que es lo mismo, ha decidido ser otro por un momento y desdoblarse de sí mismo para decir lo que le venía en gana. La cuestión que más tarde se planteará con respecto a esto es sí este mismo afán de Je est un autre no le habrá jugado una mala pasada al escritor y no será esto lo que le haya restado credibilidad como periodista, colocándolo en el temible lado de inverosimilitud. 

La verdad por bandera siempre Señor Rico, o eso mismo reivindicaba Milagros Pérez alías ‘defensora del lector’ (aunque más que defensora, parece una tirana de verdades absolutas) en un artículo ‘La impostura de un Fumador’ (16/01, El País) publicado esa misma semana en el País. Alegatos que se repetirán hasta la saciedad en el posterior artículo ‘En defensa de Cercas y de la verdad’ (20/02, El País), fruto de una tergiversación y extrapolación de las declaraciones hechas por Cercas en favor de su amigo, por aquel entonces, primer artículo que abrió todas las vedas. 

Sin tapujos, la Defensora, acusa a Rico de faltar al principio fundamental del periodismo, la verdad. Aquí ya indirectamente se da a entender que el periodismo es un sistema de comunicación basado en unas normas, y por analogía, la literatura también ha de serlo. La cuestión parece ser siempre mantener a cada uno en su lado, sin que nunca lleguen a mezclarse para que ninguno pierda su supuesta esencia. 

Este libre uso de lo ficcional, automáticamente deja a Rico como mentiroso, y por supuesto, “de ningún modo se pueden defender verdades con mentiras”. Esto, nos lleva a la Mentira ficticia para mostrar una Verdad moral que proponía Cercas en ‘Rico, al Paredón’. Entonces ¿Por qué Rico no puede recurrir a mentiras poéticas para mostrar verdades morales? Pues precisamente por ser eso, poéticas, pura ficción, y por consiguiente mentiras que de ningún modo casan con la verdad que defiende el periodismo y que al parecer, es inamovible. Y contra esto mismo es precisamente contra lo que arremete Cercas, contra los paladines del oficio, escritores alienados, subordinados a una serie de reglas que no trascienden, no progresan. 

Milagros Pérez, mientras tanto, se mantiene aferrada a la postura de hacer un periodismo serio, adaptado siempre a la seriedad que el artículo requiera. Por eso mismo no entiende como Rico ha podido burlarse de una noticia como la de ese calibre, no solo creando un enunciado innecesario, sino ambigua y falaz, y que lo desacredita por completo como periodista.

Por si la gresca no fuera poca, Antoni Espada4 se suma al “clan de periodistas indignados” y aporta su granito de arena. En un arrebato de solidaridad con el académico, estrecha aún más si cabe las lindes de la realidad y lo ficcional con su artículo ‘Gato, al agua’ (15/02, El Mundo) en donde se da a entender que el arresto de Cercas (arresto que nunca se llevó a cabo) en un prostíbulo de Arganzuela puede haberse visto influido por una trama de explotación sexual que se estaba dando allí mismo. El caso es que ya sea por unas cosas o por otras, el País al día siguiente pública un titular de este pelo: ‘Arcadi Espada lanza el bulo de que Cercas fue detenido en un prostíbulo’, calumnia que más tarde Arcadi desmentirá en ‘De vuelta del Burdel’ y en la interesantísima serie de artículos del Mundo, ‘Un Lupanar en Arganzuela’ (I-VII). 

De este modo, nos encontramos con que el tema de la Realidad y la Ficción reaparece en todo su esplendor y se vuelve más lacerante que nunca. Lluis Bassets aprovechando el tirón, y haciendo amago de un profundo amiguismo con Milagros Pérez (compañeros de periódico) escribe el mismo 16 de Febrero ‘Mentirosos’, contraponiendo los juegos literarios realizados tanto por Rico como por Espada. Bassets no justifica a Rico, pero mucho menos se vuelca con Espada, a quien califica de mentecato inflado de vanidad. La mentira poética de Rico es permisible en tanto en cuanto no hace más daño que a sí mismo (y a su credibilidad), mientras que la mentira de Espada traspasa las fronteras de lo políticamente correcto causando un bulo grave entorno al periodista. De este modo, y de manera irrevocable, los límites entre periodismo y literatura quedan totalmente delimitados, propósito que buscaban obtener desde el principio los férreos perseguidores de la verdad. De todos formas, esto no quiere decir que la batalla este ganada, sino que simplemente las cosas han vuelto al punto en el que empezaron. 

Otro de los aspectos que cabría destacar, es la muy acertada asociación que hace Antoni Espada con respecto a estas cuestiones. En ‘Lupanar en Arganzuela’, más concretamente la numero VI. Espada recomienda la lectura de un artículo que habla acerca de la foto que le valió a Kevin Carter el Premio Pulitzer en 1994. Al parecer, la imagen no fue sacada en propósito de ser una metáfora del mundo capitalista, sino que fue el simple fruto de una casualidad que se vio convertida en símbolo. Con este ejemplo, Espada busca ejemplificar aquello mismo de lo que nos hablaba Cercas, de la mentira poética, esa mentira ficcional que nos lleva a las verdades morales. La clave reside en el efecto que consigue una imagen que en principio es falaz, pero consigue llegar a los corazones de la gente. El niño africano se convirtió en metáfora y símbolo, sin quererlo, y no por eso dañó a alguien. Y la imaginación, subjetiva por naturaleza, es la que nos lleva a esto. La capacidad inherente del ser humano a imaginar, y por supuesto, a mentir. 

Como podemos comprobar, después de esta oleada de fechas, artículos y nombres la encarnizada lucha por el dominio de la palabra, produjo unos frutos que abrieron un debate altamente necesario y que sigue creando controversia hoy en día. 

Yo personalmente prefiero inclinarme en la balanza de Cercas, quien termina de exponer (y aclarar) todo este entresijo de cuestiones en una carta a dirigida a la Defensora del lector (21/02, El País): que el periodismo, como la historia o la ciencia, no es una mera acumulación de datos sino una interpretación de los datos, y que toda interpretación conlleva el uso de la imaginación (…) instrumento indispensable para alcanzar la verdad. Esto, sin tener por qué dar cabida a la dicotomía verdad/mentira, aludiendo simplemente a los métodos pertinentes para dar con un verdad que se ajuste al modo de vida de todos y que no tenga por qué estar desligada por completo del terreno literario. Y si no, que no pongan a literatos escribiendo columnas, porque como bien dice Julián Marías “por la boca muere el pez y el hombre por la palabra” vamos, que se nos va la fuerza por la boca y a un escritor de novelas, no vayamos a pedirle que no saque sus dotes literarias. 

En lo que a mí respecta, como lectora carente de experiencia, me decanto por la posible finalidad irónica que pretendía hacernos llegar Rico, quien en un tono jocoso aprovecha la legalidad de un asunto para hacer un llamamiento a la libertad y la risa. En verdad si lo pensamos bien, se trata de una contradicción hecha arte, que solo pretende escandalizar un poco, salirse de los cánones que los paladines del oficio inútilmente se empeñan en establecer. A Rico no hay quien lo tosa y él lo sabe. Y también sabe que  un conflicto de tal calibre en torno a realidades y ficciones podía perfectamente darse. Por eso gozando de una posición de mediador entre el periodismo y la literatura, Rico se permite el lujo de recurrir al Je est un autre (al que ya había hecho referencia Goytisolo en 2010), haciendo de un procedimiento narrativo algo lícito de los artículos ensayísticos y de opinión. 

Si bien es cierto que el lector que no conozca la fama tabaquera del académico puede haberse creído sus palabras y tras comprobar la falsedad de las mismas, se haya pegado un buen disgusto, el enunciado a modo de epitafio no deja de tener un tono burlón. Incluso puede que solo se tratase de un gran juego de palabras, que termina por ponernos ante un dilema digno de un razonamiento silogístico. Pues rico no se fumó un solo cigarro en su vida, sino que se fumó incontables cigarrillos. Y en la clave de su formulación es donde, tal vez, resida la respuesta. 




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