lunes, 19 de diciembre de 2016

La desmitificación de la muerte



            Se podría confirmar que definitivamente, hemos alcanzando la era en la que le perdimos el miedo a la muerte porque no la vemos tan de cerca. Algo que precisamente resulta paradójico tratándose en el momento tan mortífero  en el que nos encontramos. 
Este planteamiento nace a raíz de una conversación nocturna que tuve con una amiga no hace unos meses acerca de la visibilidad que se le da a la muerte en los medios de comunicación. Tampoco quiero demostrar con lo que voy a decir que debamos vivir con el inminente miedo a morir el día de mañana y que por ello tengamos que entrar en una espiral de episodios ansioso-paranoides para sentir que en verdad nos estamos involucrando con el mundo y que no lo estamos haciendo tan mal. Pero creo, que después de todo, le hemos perdido ese cierto respeto que hay que tenerle a la muerte. Yo en verdad considero que a la muerte hay que tenerle una especie de veneración, porque no sabemos a lo que os enfrentamos, y como es lógico, cualquier cosa desconocida se nos hace inevitablemente atrayente. Partiendo de este punto, juraría que esta atracción fatal es la que nos ha llevado a esto que ahora os expongo.

¿Qué sentimos cuándo vemos morir a un personaje, en una serie, por ejemplo? Probablemente no sintamos más que un resquicio de pena ya sea porque nos gusta ese personaje y nos da rabia que no siga dándonos buenos momentos, o puede que incluso nos satisfaga porque se trata sin embargo del malo malísimo de la serie que se encargaba de hacerle la vida imposible al resto de personajes. Y bien, primer punto: nos SATISFACE que otra persona muera, a pesar de tratarse de un personaje ficcional y por consiguiente, irreal. 

¿Qué sentimos cuándo un personaje público muere? En este caso estaríamos ante una situación en la que la persona es real. Este año ha sido un año de numerosas muertes, muchas de ellas por causas naturales, porque la vida de una persona no puede más y decide dejar el mundo. Consideramos que este tipo de muertes son connaturales al ser humano, y como no se trata de alguien cercano, nos apena, pero también nos recuerda el ciclo rotativo del existir. Se tratan de sucesos imparables. Hoy te están poniendo flores, mañana están colgando tu foto en su Facebook y pasado mañana el mundo habla de otra noticia y tú pasaste al otro barrio dejando el mundo tal y como estaba antes de tu partida. 

Pero qué ocurre cuando una muerte pasa a ser algo a gran escala, cuando se desata el holocausto en pleno siglo XXI ¿Qué sentimos cuándo miles de personas inocentes mueren día a día?¿Qué sentimos cuándo un personaje público es asesinado a sangre fría por los motivos que sean y su muerte ha sido grabada y contemplada por todo el globo apenas unos minutos de haber ocurrido? Tras toda esta subordinación de mi escribir innecesaria yo os planteo lo siguiente ¿En qué clase de personas nos hemos convertido cuando la muerte nos abofetea en las narices y no sentimos, nada? En un amago de espejismo creemos sentirnos profundamente tristes. Y no lo niego. Llevo meses viendo videos, fotos, noticias de niños arrastrados al infierno, de mujeres, ancianos ensangrentados, de padres, de hombres pidiendo clemencia mientras en sus manos sujetan entre polvo y sangre a sus retoños sin vida. He visto mucho, cuando en verdad no he visto nada porque algo había ahí que me separaba de una realidad latente.

Siempre me he preguntado cómo sería ver el cuerpo de un muerto, es decir, qué es lo que en mí provocaría. Porque a decir verdad, el mundo de los muertos y el de los vivos resulta ser lo mismo cuando la tierra se ha convertido en un enorme campo de batalla. Me pregunto esto, no por morbo, sino porque tenía la convicción de que un cuerpo sin vida es totalmente distinto a un cuerpo en ebullición. Esa expresión pétrea inconfundible, supongo.

Y ahora llega la televisión y su forma de banalizarlo todo para demostrarme que eso sí es así, pero que no provoca en mí todo lo que yo tenía pensado que provocaría. Veo la Muerte antes de tiempo, antes de lo que yo creía y extrañamente no me pilla de sorpresa. Me niego a pensar que sea por falta de humanidad, por falta de solidarísmo. Sino que me inclino más bien a pensar que el mundo, y con ello los medios, son los responsables día a día de deshumanizarnos, de desensibilizarnos a sabiendas de la capacidad tan desarrollada que tenemos muchos seres humanos por sensibilizar. Sin darnos cuenta están minando nuestra capacidad de sentir cuando en muchos casos creo que lo que se pretende es concienciarnos, hacer que nos alcemos y nos involucremos con el prójimo. Lo que no sabemos es que de ese tanto por ciento de seres humanos, un pequeño porcentaje es el que reacciona ante estas cosas de forma activa y se lanza al infierno desatado tan injustamente lanzado a nuestros brazos. No es cualquiera que se va a Alepo a rescatar (y a embarcarse en una misión suicida) a todos esos civiles que sufren una guerra que no es la suya. A todos ellos que de repente se vieron encerrados e inseguros en su propia casa y que tuvieron que correr sin rumbo para no ser cazados por las garras del mismisímo demonio. Pues el demonio ha ascendido de los infiernos a establecer su nueva casa, y nosotros de mientras, le hemos perdido el respeto. 

Estamos impregnados de muerte por todos lados, aceptamos la muerte, la toleramos sean cuales sean las circunstancias. Ver un cuerpo muerto en la televisión, en las redes sociales, se ha convertido en la nueva carnaza del morbo social. No le tenemos miedo a la muerte, porque nos la muestran a todas horas. Ya no se nos encoge el pecho de la misma forma. En ocasiones hay noticias tan desgarradoras que inevitablemente nos hacen lagrimear, y nos volvemos creyentes por un rato, recuperamos nuestra condición de ser sensibilizado que se encontraba dormitando. Le preguntamos a ese alguien que puede estar encima de nuestras cabezas y que no hace nada, que qué hicimos nosotros para merecer esto. Nosotros no, enfatizo, ellos, los que están al otro lado de esa pantalla que evita que nos salpique toda la sangre derramada. 

¿Le estamos dando cobertura a la desgracia? ¿Estamos contribuyendo a la temible desmitifación de la muerte cuando en verdad solo pretendíamos despertar mentes? ¿Dónde residen los límites entre la concienciación y la robotización de masas? ¿Y si no hay límites? No sé exactamente sí esta fijación por mostrarnos la muerte tan de cerca ha existido siempre, pero en lo referente a este último año yo ya no sé si es la fuerza de los propios sucesos, que van cayendo por su propio peso, o es que el ser humano ha perdido definitivamente toda capacidad de honrar a los muertos, de callar cuando otros solo desean llorar y romperse en pedazos con este mundo que se va a la mierda. 

Hoy un embajador ruso ha sido asesinado a tiros a los ojos del mundo. Sí se observa bien la imagen, parece sacada de una película. Nadie se mueve, la cámara no tiembla. Es lo realmente alucinante de todo esto. Muchos se preguntan si no se trata de un fake, si no será una falsa noticia, o resulta que todo es un montaje. Hace unas semanas se muere Rita Barberá, unos se alegran y otros dicen que es todo mentira. ¿Pero qué cojones os pasa, enserio? Sacan a todo color en las noticias el cuerpo del embajador yacente en el suelo, ni un ápice de sangre, hay una vida que ha dejado de ser vida en cuestión de segundos, y al otro lado, el asesino clamando venganza. La noticia tiene millones de visionados en apenas unas horas, y la gente no termina de creerse lo que ve, porque no le parece lo suficientemente real, no le parece lo suficientemente desgarrador. Pero ahí está la muerte, en todo su silencio, manifestándose.

En Septiembre del año pasado aparecía la imagen desgarradora de un bebé sirio muerto en una playa y medio mundo se llevó las manos a la cabeza. Los medios de comunicación no acostumbrados a enseñarnos imágenes de este calibre,  se dan cuenta de repente que lo que vende es la muerte, la muerte se comercia, se comparte y por mucho que lloremos un rato, la cosa sigue sin cambiar al día siguiente. Ya ni pixelan las imágenes, ni hacen el amago de ocultar nada. Te lanzan una oleada diaria las imágenes para que tú las proceses por tu cuenta, y para que vayas interiorizándolas poco a poco. 
Me doy cuenta de que los seres humanos no cambiamos, sino que nos acostumbramos a las circunstancias. Y que yo estoy muy pesimista. Con el paso del tiempo esta “mercancía mortuaría” ha ido incrementándose de forma asfixiante. La gente comparte, pide rezos cuando son los primeros ateos, se quejan, se reivindican de la mejor forma verbal que pueden, pide que se comparta, que se difunda, que se haga algo. ¿Y qué sucede después de todos estos hilos interconectados que se crean? Nada. Terminamos por acostumbrarnos, y el dolor ya no es tan amargo. 

La pantalla sigue ahí para protegernos a modo de escudo infranqueable, hasta que llegue un mal día en el que deje de hacerlo, y lo único que tengamos en nuestras pobres manos sea el creer en ese alguien que está encima de nuestras cabezas y que nunca se manifiesta. Hasta que llegue el día en el que lo pidamos sea un poco silencio, y de respeto, la paz que creíamos merecer por decreto y que se nos está arrebatando. 

¿Cuál es la solución que os propongo yo? ¿Dejar de compartir, dejar de dar voz el sufrimiento? Pues no lo sé, la verdad. No sé con exactitud si dejar de hacerlo nos convierte en peores o mejores ciudadanos. Pero sí sé que si no vas a hacer nada por ayudar, mejor respeta a los muertos y déjalos descansar. Respeta la no-existencia y bendice la existencia en el mundo. Deja de compartir vídeos de gente muriéndose como si de un vídeo cualquier se tratase. Porque sí esto termina de degenerar el día de mañana, no solo habremos culminado por desmitificar la muerte, sino que veremos un muerto en la calle y pensaremos que es mentira. Antes preguntaba por los límites entre la concienciación y la deshumanización, ahora os digo que probablemente no haya límites entre la realidad y la ficción, que ya no hay límites entre la vida y la muerte, y que tampoco esto último nos importa ya.  


Luego, a todo esto, cuentan las malas redes que en Rusia tienen pensado hacer un Reality basado en la política de Los juegos del hambre en donde está permitido cualquier tipo de violencia y que para más inri, ya tiene un público ansioso que espera por verlo. Dale superioridad y poder al pueblo y el pueblo pondrá el poder en su contra.


Deducid vosotros mismos. 

En conversación con uno mismo


                                                                                     

                                                                                               En honor a Luis Martín Santos


        Pienso. Me reinvento. Vuelvo a pensar. Uno, dos, tres cuatro... cuenta hasta cinco que no te da tiempo. No hay suficiente tiempo, nunca es suficiente. A veces parece que a la hora de escribir disponemos de un lapso mayor para  pensar mejor lo que decimos, pero en realidad, si queremos, podemos simplemente  usar el dedo como una extensión de nuestra conciencia, un mecanismo de defensa que nos protege de los balazos que nos van a venir por todas partes. Pienso. Solo pienso y me libero, me extiendo muy dentro, me adentro en los miedos, en la locura, en las palabras... en busca de las palabras concretas, de las palabras pérdidas. Es un juego constante con el firme oleaje de mi mente, que fluye a cada instante como si fuese a romperse. No encuentro las palabras. Mierda. Se ha ido todo a la mierda, como siempre. Me he vuelto a perder, y en verdad creo que es porque nunca he querido encontrarme. Encontrarse significa acabarse, y no quiero acabarme nunca. No quiero que termine la lucha que tengo conmigo mismo, con el mundo, con mi amor propio y con todo, con la vida. La vida es correr, batallar, sudar y respirar, ser brillante y ser una mierda, ser todo eso a la vez, simultáneamente. La vida es un eterno torbellino sin final, es una vuelta de hoja al pasar la esquina. Es la mirada de reojo que se nos escapa cuando algo nos atrapa. No nos damos cuenta pero batallamos, constantemente. Miro a la gente, la observo y la escucho y siempre me encuentro lo mismo, con seres que no se encuentran, que ansían ser felices pero que no pueden por mucho que lo intenten. Ser feliz es acabarse, es dejarse y adormecerse. La gente no quiere eso, no sería lo propio. La gente piensa, y yo pienso por ella también, me reinvento con ella, me mezclo y me mezo entre el abrigo del mundo. Eso que todos parecen buscar... hay quienes lo llamarían felicidad, pero no es eso. Es algo intermedio. Es algo que no tiene nombre, que está entre la tempestad y la calma, la cordura y la locura. Polos siempre opuestos. Qué manía tiene la gente en querer que nos encasillemos. La felicidad no nos hace felices. No. No queremos ser felices sino pensantes. Pensar para nada, muchas veces sin ningún motivo, sin ningún fin. Pensar por pensar, por amor al arte. Como si sintiéramos la dulce estabilidad de saberse pensante en el mundo. De encontrarse perdidos y encontrados, sin tiempo, ni aliento ni nada. 

Y eso es lo que nos basta.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Otro blanco roto


Hoy he vuelto a escribir,
Y sigo escribiendo mientras escribo esto
Aún con el miedo de retroceder
Para nunca regresar.

Hoy he vuelto a escribir,
Y me he quedado un momento quieto,
De súbito el blanco se volvió negro,
De improvisto surge el poder demoledor de la palabra.

Soy el Dios de mi propio texto súbdito,
Siervo de la extensión de mi mente 
Que se revuelca en el barro de la revelación.

Hoy he vuelto a escribir, y por extraño que parezca,
El tiempo me ha moldeado a su antojo,
Me ha convertido en masculino indefinido
Y me ha puesto al servicio de mí mismo
Como Dios omnipotente, de ese otro blanco roto. 



Leyendo a Lorenzo Oliván


No te había conocido aún y ya juré haber visto
Lo que en ti se esconde.

La manera en que te mueves entre la sombra,
Anida en mí, como un claroscuro serpenteante
Que se debate entre la vida y la muerte
Protagonizando la hora de la lucha.

Me veo y me toco, en el reflejo de la imagen nacida
De la palabra creadora, de sensaciones
Que nunca terminan por encontrarse.
Me aprieto por dentro para contemplar
Lo que en mí has provocado.

Surge, al fin, y tal vez de una vena que ha roto,
Al sentir crujir los límites de mis límites
Que se han cansado de esperar tanto.
Al oír borbotones  de versos encendidos
Que se iluminaron con el candor de ver yacer el día. 

Es poesía de la luz que se crea en la noche,
 Quizá, de la noche más oscura.

Leyendo a Houellebecq


El té, el cenicero medio vacío, el pintalabios
Las promesas de no volver a fumar un cigarrillo
Todo se esfuma, ¿cómo todo?
La contradicción y la rebeldía de un carmesí que olvida
Todo aquello por lo que algún día uno lucha.

Leo a Houellebecq y por un momento pienso
Que haberme visto reflejado en esa altanería enmascarada
Podía haber sido una hazaña, un guiño del destino
Que dice que aún queda tiempo para estar solos
Que no hay tanta prisa por sufrir, por flagelarse
Por degustarse en esta horrible maraña de la vida. 

Me siento desdichado, Houellebecq, como tú,
Tan solo en un mundo repleto de niños
Que se han quedado sin nada que succionar. 

El jueves pasado experimentaba una nulidad existencial
Mientras un completo desconocido se escurría por la puerta
Como un perro apaleado sin saber a fin de qué.
Por suerte pude salvar algo de lo que pienso que me queda,
Aunque desgraciadamente apenas queda nada que guardar.
Unos pocos problemas, un aguijón que no cesa,
Que no quiero que cese. 

Aguardar, sí, a que la bestia despierte del letargo de aquel,
Que se ha visto sumido en el vacío del limbo,
Algo puramente individual, carente de sentido. 

El pintalabios se desparrama por la carne, y ya
No queda nada que divisar al horizonte,
A través de la ventana que absorto uno mira
Por si ve a alguien interesante deambular.
Un 7º piso y tantas caras que flotan, 
No puede ser normal, 

            no lo es. 

La edad en la que uno permanece absorto mirando
Como si supiese de qué va el mundo 
Y aún no ha recorrido ni la mitad.
La experiencia fundida en un milisegundo
Antes de darse cuenta de que queda mucho trecho por cruzar.

La soledad se vuelve más palpable y enérgica que nunca,
Se expande y te engulle,
Sabes que este es el principio de un final que no llega.
Que aún no llega.
Y esa es la peor sensación.
La del pintalabios, el té, el cigarro a medio acabar
Y una garganta que clama en silencio.

Ha sido suficiente por hoy. Es jueves por la noche,
Sobrevivo a la semana, pero no olvido. 
Tengo la sensación de que yo también me escurrí por la puerta
Y tuve la oportunidad de volver, 

         para no ser el mismo.  



- Desconocido, Poetas que aspiran a inspirar.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Placer estético


Qué difícil tiene que ser para algunos no poder gozar de la capacidad de exteriorizar ese estruendo que nos sale de las entrañas y romper de una vez por todas con el silencio que causa leer poesía para uno mismo.

Digo esto porque el otro día en el autobús tuve algo así como una experiencia ascética leyendo un prólogo de un tal autor sobre otro autor que aquí no voy a nombrar porque es lo de menos. Y aunque os pueda parecer una burrada, un prólogo puede ser una gloria al igual que lo puede ser un único verso. La clave está, como siempre, en el contenido esencial de las palabras. 

Pero bueno, que me voy por los cerros. ¿Qué jodido tiene que ser para muchos no poder gozar del placer estético no? Me pregunto esto acto seguido de sudar a chorro para mis adentros con tanta voluptuosidad echa palabra. Todo esto mientras mirando por la ventana, me muerdo el puño e intentando aguantar el deseo contenido de echar a gritar la genialidad que acabo de degustar. 

Placer estético de leer, y tocarte. Como esas yemas que se posan suavemente sobre el papel, cada letra, cada verso y una estrofa que todo lo engloba y acaricia. 

Algo en tus neuronas se acciona cuando dos versos se juntan y copulan. El ritmo inquietante y resquebrajado de eso que sabes que suena bien, y que no sabes por qué, pero funciona. De aquello que nos llega y nos cala, y nos dura lo que dura un buen orgasmo. Una ola que nos cubre y nos invita a navegar en las profundidades del fondo sin tener que tocar el suelo. 

Qué jodido tiene que ser para el humano común no saber encontrar el punto medio entre el lenguaje poético y el literal. Qué jodido tiene que ser saber follar pero no saber leer entrelíneas. Tocar un cuerpo es como tocar las líneas de un poema, y más si este tiene las idas y venidas, la curvilínea necesaria para romper con el sonido insurrecto. Y bueno, susurrar al oído puede ser como recitar, sea en el volumen que sea. Porque leer, y hacerlo como se debe, no como se pueda, es siempre ritmo, y eso nunca rechina. 

Leer es el viaje que realizas con la ilusión del niño que abre los regalos en navidad y que celebra la vida en Nochevieja. Es el viaje, el camino que sabemos, nos llevará a algún sitio, sin importar el destino. Es el viaje siempre en ascensión, al cielo o al infierno, pero siempre mirando hacia el punto más alto con billete sin retorno. Para luego, no querer volver nunca más, como cuando terminas de hacer el amor y te recuestas en su pecho, escuchando el latir bombeante de la sangre y retozar y tentar a la carne; a ver si cae alguno más. 

Eso es el poema, y el subidón. Y a causa de tener que retenerlo, salen cosas como estas. Por no poder gritar en el bus lo bueno que es un poema tengo que vociferar mientras escribo esto, para mis adentros, gritando muy bajito. 

A pesar de todo, en mi cabeza sigue rondando la idea de lo jodido que tiene que ser no conocer el placer estético o artístico, llámenlo como quieran. Uno de los pocos placeres que conecta directamente con los nervios y te infla las venas, te insufla aire, te da vida que te podía faltar. Es ese placer.  Supongo que sea como lo típico que dicen que si no conoces algo no lo necesitas, pero Yo sé, que a mi sí me lo quitan, ay si me lo quitan... 

jueves, 10 de noviembre de 2016

El significado y la perspectiva


Hoy me pregunta mi hermana el qué significa la dignidad, y yo exactamente no sé qué responderle. Me quedo en blanco, me pilla de sorpresa. Me frustro. De repente se me pasan una oleada de imágenes por la cabeza. Me dice que para qué soy filóloga si no se decirle una definición exacta de lo que esa palabra significa. En esos momentos me doy cuenta de algo que ya, supongo, sabía, pero nunca me había parado a pensar. La palabras no son meros significados que designan objetos sino que además, muchas, están dotadas de cierto cariz emocional. Muchas tienen un componente y un elemento cognitivo social impuesto.

Le digo entonces, - "Lo mismo ocurriría si me preguntas qué significa Amor o Felicidad. ¿Cómo te defino yo eso?" -. Ninguna Academia va a poder darte algo ni tan siquiera aproximado, lo único que podrás encontrarte son definiciones frívolas que intentan explicar sentimientos tan cargados de intimidad, de personas.

Resumiendo, ¿sabéis lo que le dije? - "Algo que algunas personas tienen y otras no"-. Y me fui, sabiendo perfectamente que mi respuesta estaba cargada de intencionalidad y de muy poca arbitrariedad. Que seguramente no le hubiese resuelto la duda, pero cuando, por desgracia, crezca un poquito, tengo por seguro que comenzará a comprender el significado de lo que un día le dije.

De mientras en mi cabeza seguía la oleada de imágenes que no paraban de avasallarme.

Definitivamente hay palabras que han venido a parar a nuestro mundo para condenarnos a la incertidumbre. Palabras ligadas a sentimientos, a emociones, a recuerdos, y en la gran mayoría de casos, a personas. Y en esta vida una de las cosas que he aprendido y estoy aprendiendo es que hay dos cosas de las que es prácticamente imposible desligarse: de las palabras y de las personas.

domingo, 23 de octubre de 2016

OJOS QUE NO VEN, CORAZÓN QUE NO SIENTE


Y otras formas que tiene la filosofía de hacernos la vida más fácil. 


22/10/2016


Primero llegó Juan Arnau y sus estrellas, luego el shamkya, el purusha y la prahti (hermoso tema del que otro día hablaré). Luego sin comerlo ni beberlo doy un largo paseo hasta el siglo XVII y Berkeley y luego como si nada, me planto en mitad del siglo XX con Borges, y su, cuanto menos enigmático, cuento TIön, Uqbar, Orbis Tertitus.
Por estas y otras casualidades, leo que Berkeley era un tipejo iluminado de la vida que decía que un árbol no hacia ruido al caerse si nadie estaba allí para verlo, y que lo mejor que se le ocurría para darle credibilidad al asunto es que, en conclusión, si hacía ruido era porque Dios estaba ahí para contemplarlo, vamos, lo que es hacerse un Deus ex machina en toda regla (valga la redundancia). Esto es como cuando tu madre te decía de pequeño que no tuvieses miedo a la oscuridad porque los ángeles estaban contigo, o también, y yendo al lugar al que quiero llegar, a eso que se dice mucho hoy en día, “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Supongo que la edad, y ciertas vicisitudes de la vida te acaban por arrastrar a relacionar términos filosóficos con lo que vives y padeces, pero también digo, que hasta que no adquieres cierta perspectiva no te das cuenta de que ambas cosas están íntimamente ligadas. Of course, me diréis. No he descubierto la pólvora, pero que quede claro, que los asuntos más cotidianos son perfectamente susceptibles a convertirse en objeto filosófico de sábado noche después de unas copas de más. Todos somos filósofos de la vida, porque nuestra naturaleza, como seres humanos, es ser ante todo, racionales (aunque otros muchos escojan desde la racionalidad, ser un animal).

El caso es que el enunciado que más tarde se convertiría en carnaza de refranero español, ya lo pensaba Berkeley en su día. Lo que no sabía este buen cristiano, es que nos solucionó la vida a muchos a la hora de apagar el interruptor del dolor. ¿Por qué? Sencillamente, porque el dolor no existe. Ya lo dijo él sin querer decirlo: El dolor, que siempre es a causa de algo, no existe mientras no sea percibido. La materia, el mundo materialista al que tanto estamos no solo apegados sino familiarizados, según Berkeley no existe, nada existe para ser más exactos. Solo existe mi percepción, que al igual que la de todos los mortales es la misma. Es, en definitiva, LA Percepción magnánima y en mayúsculas. Y ya por si acaso nos quedaba un escollo por ahí suelto, viene Sr. Berkeley para decirnos que don’t worry, que Dios es la solución y con él, la percepción pura.

En pocas palabras y puestos a ser vistas (ja, ja) desde un empirismo extremo; como no veo el dolor, como no veo su causa (ojos que no ven) no siento dolor y por tanto, no existe (corazón que no siente). Después de toda esta paranoia que me he montado, me doy de cara con la conclusión y me digo ¿Sufrir por cosas que no veo? Anda y que las den, he encontrado a alguien que me ha dado la mejor solución habida y por haber desde que me mentalicé un día con “que las cosas pasan por alguna razón dictaminada por un destino que yo no controlo”.  Con esto me desentiendo y santas pascuas, una preocupación menos para una cabeza que ya se aturulla lo suficiente.

Pero es que todavía hay más, sino, releed la última línea del párrafo anterior y entenderéis el porqué de seguir dándoos la turra con estos cánticos que, a pesar de no llevarnos a ninguna parte, nos pueden hacer más llevadera la vida. Con motivo de echarle más leña al fuego y por si no fuera poco, me sale la vena literata y me pregunto ¿Entonces, qué es la literatura, qué es el arte, qué es la creación, qué es la imaginación? Partimos de la base de lo ya mencionado, lo único verdadero en el Mundo singular de Berkeley es la percepción, y percibir a la postre es imaginar, es decir, crear de la nada o, siendo más aproximados, crear/modelar desde nuestra percepción de las cosas. Huelga decir que este repudiaba la ciencia por encima de todas las cosas, pero en ningún párrafo de su teoría se hace alusión al componente imaginativo.

Y ahí es donde entra todo aquello que sea creado mediante el flujo de nuestra mente. La obra artística en sí, no tiene ningún tipo de materialidad hasta que se plasma, pero existe, porque es percepción, porque es algo nuestro. Aunque todos podamos percibir de la misma manera, ni este señor ni nadie puede negarnos que lo que creamos es verdadero, por el simple hecho de que ya está autentificado el acto de crear. Lo que llega a los demás, el formato libro, la palabra y toda esa parafernalia que nos sirve para estar en contacto con el mundo y para recibir una cierta aprobación, es mentira inexistente e innecesaria.

Sonrío, porque ya nada duele. Todo lo que os estoy diciendo es mentira (ya no solo porque lo dice Berkeley sino porque menuda paranoia os acabo de escupir), pero lo que pienso antes de escribir es verdad, y me consuela. También sonrío porque no paro de imaginarme a Dios allá por los cielos parnasianos sentado en su sillón de cuero leyendo TIön, Uqbar, Orbis Tertius mientras se toma una copichuela de Cardhu y sonríe. Sonreímos en el mismo plano, al mismo tiempo, porque somos seres perceptivos, y por un momento, me siento a la altura de lo divino.

Y yo me marcho sin hacer mucho ruido, como el que quiere que en verdad lo escuchen pero hace el amago de disimular para que luego no le digan que lo hizo por llamar la atención. Quizá, y Dios lo quiera (ja, ja x2) haya alguien algún día que se dé la vuelta y diga “porque no hiciera ruido no significa que no existiese, simplemente es que no estuvimos en el momento justo para verlo”. 






lunes, 11 de julio de 2016

Bienvenido a la República en la que todo vale.


          El caso es que no sé muy bien por dónde empezar. Normalmente para quedar bien se suele iniciar un texto con alguna frase célebre de algún escritor meritorio, así al menos parecemos más inteligentes o más cultos. Pero yo no he venido aquí a demostrar nada a nadie, tal vez a mi misma, aunque dudo que vaya a obtener algo en claro. Más que nada porque nunca saco nada en claro - ya lo iréis viendo- y el hecho de plasmar las ideas que rondan en mi cabeza puede que ayude a ordenar ese desorden que tengo dentro.

Por eso, creo que estoy aquí, sí. Ha llegado un momento en mi vida en que creo necesario escribir en algún sitio todo lo que llevo escribiendo, y lo que se me va ocurriendo día a día y que muchas veces dejo pasar. Bukowski confesaba "Mi ambición está limitada por mi pereza", podría decirse que algo así me pasa a mí. Ambiciono demasiado, sueño muy alto y quiero correr veloz demasiado rápido. Pero nunca hago nada por dónde. Mi cabeza está llena de letras, pensamientos y opiniones, pero la pereza, y el miedo, miedo a abrirme en canal y mostrar mi alma, no me dejan del todo dar a conocer lo que siento. 

Me presento, para no parecer descortés con quien puede que algún día, por desgracia o por fortuna, me lea. Actualmente tengo 22 años, recientemente me he graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Valladolid, y mi vida gira en torno a tres lugares, Cantabria, Valladolid y Rio de Janeiro, tres casas para un solo corazón. Esto no quiere decir que tenga un gran corazón, solo que tengo un corazón que quiere mucho. Y hasta aquí puedo decir. El presente es lo que sé, aunque tengo un pasado y un futuro que se entrecruzan en el camino de una frustración que ya me viene de años. No sé a dónde voy, muchas veces no sé quien soy, y siempre estoy pretendiendo reencontrarme. Me gusta darme de bruces, caerme y regodearme de haberme caído, porque de ahí mismo es de dónde tiro para poder crear ese 'algo'. Confío en que todos estamos hechos de la misma pasta, y que tenemos los mismos interrogantes. Valoro la palabra por encima de todo. Incluso solemos discutir continuamente, y no pocas veces me he pegado con la pantalla para conseguir dominarla. Se podría decir que por eso estudio Filología, porque para mí, la palabra es el detalle que da sentido a la vida, el génesis de nuestro mundo.

Aparte de ese deseo incontrolable de trabajar en la pequeña y empobrecida industria de la literatura, busco el perfeccionamiento de una escritura en pañales. Digo y diré siempre que una de las metas que tengo en la vida es la de que mis letras suenen como una Bossa Nova. Con esa pasión de quien hace el amor. Al mismo tiempo, valoro el ritmo, la musicalidad, la filosofía, la mente, el arte, la ontología, y bueno... todas esas cosas que al parecer, no llevan a ninguna parte. 

Creo que estoy escribiendo demasiado. Uno de mis pecados es querer decirlo todo, pero confío en que lo que iréis leyendo os desvele todo aquello que me falta por decir. Y lo espero encarecidamente, porque otra de las razones por las que estoy aquí es para reflejarme, verme y así no perderme, y para que alguno de vosotros, en algún momento, pueda identificarse también con lo que escribo. 

Un abrazo para ese individuo invisible, para ti.

Sandra.