lunes, 19 de diciembre de 2016

La desmitificación de la muerte



            Se podría confirmar que definitivamente, hemos alcanzando la era en la que le perdimos el miedo a la muerte porque no la vemos tan de cerca. Algo que precisamente resulta paradójico tratándose en el momento tan mortífero  en el que nos encontramos. 
Este planteamiento nace a raíz de una conversación nocturna que tuve con una amiga no hace unos meses acerca de la visibilidad que se le da a la muerte en los medios de comunicación. Tampoco quiero demostrar con lo que voy a decir que debamos vivir con el inminente miedo a morir el día de mañana y que por ello tengamos que entrar en una espiral de episodios ansioso-paranoides para sentir que en verdad nos estamos involucrando con el mundo y que no lo estamos haciendo tan mal. Pero creo, que después de todo, le hemos perdido ese cierto respeto que hay que tenerle a la muerte. Yo en verdad considero que a la muerte hay que tenerle una especie de veneración, porque no sabemos a lo que os enfrentamos, y como es lógico, cualquier cosa desconocida se nos hace inevitablemente atrayente. Partiendo de este punto, juraría que esta atracción fatal es la que nos ha llevado a esto que ahora os expongo.

¿Qué sentimos cuándo vemos morir a un personaje, en una serie, por ejemplo? Probablemente no sintamos más que un resquicio de pena ya sea porque nos gusta ese personaje y nos da rabia que no siga dándonos buenos momentos, o puede que incluso nos satisfaga porque se trata sin embargo del malo malísimo de la serie que se encargaba de hacerle la vida imposible al resto de personajes. Y bien, primer punto: nos SATISFACE que otra persona muera, a pesar de tratarse de un personaje ficcional y por consiguiente, irreal. 

¿Qué sentimos cuándo un personaje público muere? En este caso estaríamos ante una situación en la que la persona es real. Este año ha sido un año de numerosas muertes, muchas de ellas por causas naturales, porque la vida de una persona no puede más y decide dejar el mundo. Consideramos que este tipo de muertes son connaturales al ser humano, y como no se trata de alguien cercano, nos apena, pero también nos recuerda el ciclo rotativo del existir. Se tratan de sucesos imparables. Hoy te están poniendo flores, mañana están colgando tu foto en su Facebook y pasado mañana el mundo habla de otra noticia y tú pasaste al otro barrio dejando el mundo tal y como estaba antes de tu partida. 

Pero qué ocurre cuando una muerte pasa a ser algo a gran escala, cuando se desata el holocausto en pleno siglo XXI ¿Qué sentimos cuándo miles de personas inocentes mueren día a día?¿Qué sentimos cuándo un personaje público es asesinado a sangre fría por los motivos que sean y su muerte ha sido grabada y contemplada por todo el globo apenas unos minutos de haber ocurrido? Tras toda esta subordinación de mi escribir innecesaria yo os planteo lo siguiente ¿En qué clase de personas nos hemos convertido cuando la muerte nos abofetea en las narices y no sentimos, nada? En un amago de espejismo creemos sentirnos profundamente tristes. Y no lo niego. Llevo meses viendo videos, fotos, noticias de niños arrastrados al infierno, de mujeres, ancianos ensangrentados, de padres, de hombres pidiendo clemencia mientras en sus manos sujetan entre polvo y sangre a sus retoños sin vida. He visto mucho, cuando en verdad no he visto nada porque algo había ahí que me separaba de una realidad latente.

Siempre me he preguntado cómo sería ver el cuerpo de un muerto, es decir, qué es lo que en mí provocaría. Porque a decir verdad, el mundo de los muertos y el de los vivos resulta ser lo mismo cuando la tierra se ha convertido en un enorme campo de batalla. Me pregunto esto, no por morbo, sino porque tenía la convicción de que un cuerpo sin vida es totalmente distinto a un cuerpo en ebullición. Esa expresión pétrea inconfundible, supongo.

Y ahora llega la televisión y su forma de banalizarlo todo para demostrarme que eso sí es así, pero que no provoca en mí todo lo que yo tenía pensado que provocaría. Veo la Muerte antes de tiempo, antes de lo que yo creía y extrañamente no me pilla de sorpresa. Me niego a pensar que sea por falta de humanidad, por falta de solidarísmo. Sino que me inclino más bien a pensar que el mundo, y con ello los medios, son los responsables día a día de deshumanizarnos, de desensibilizarnos a sabiendas de la capacidad tan desarrollada que tenemos muchos seres humanos por sensibilizar. Sin darnos cuenta están minando nuestra capacidad de sentir cuando en muchos casos creo que lo que se pretende es concienciarnos, hacer que nos alcemos y nos involucremos con el prójimo. Lo que no sabemos es que de ese tanto por ciento de seres humanos, un pequeño porcentaje es el que reacciona ante estas cosas de forma activa y se lanza al infierno desatado tan injustamente lanzado a nuestros brazos. No es cualquiera que se va a Alepo a rescatar (y a embarcarse en una misión suicida) a todos esos civiles que sufren una guerra que no es la suya. A todos ellos que de repente se vieron encerrados e inseguros en su propia casa y que tuvieron que correr sin rumbo para no ser cazados por las garras del mismisímo demonio. Pues el demonio ha ascendido de los infiernos a establecer su nueva casa, y nosotros de mientras, le hemos perdido el respeto. 

Estamos impregnados de muerte por todos lados, aceptamos la muerte, la toleramos sean cuales sean las circunstancias. Ver un cuerpo muerto en la televisión, en las redes sociales, se ha convertido en la nueva carnaza del morbo social. No le tenemos miedo a la muerte, porque nos la muestran a todas horas. Ya no se nos encoge el pecho de la misma forma. En ocasiones hay noticias tan desgarradoras que inevitablemente nos hacen lagrimear, y nos volvemos creyentes por un rato, recuperamos nuestra condición de ser sensibilizado que se encontraba dormitando. Le preguntamos a ese alguien que puede estar encima de nuestras cabezas y que no hace nada, que qué hicimos nosotros para merecer esto. Nosotros no, enfatizo, ellos, los que están al otro lado de esa pantalla que evita que nos salpique toda la sangre derramada. 

¿Le estamos dando cobertura a la desgracia? ¿Estamos contribuyendo a la temible desmitifación de la muerte cuando en verdad solo pretendíamos despertar mentes? ¿Dónde residen los límites entre la concienciación y la robotización de masas? ¿Y si no hay límites? No sé exactamente sí esta fijación por mostrarnos la muerte tan de cerca ha existido siempre, pero en lo referente a este último año yo ya no sé si es la fuerza de los propios sucesos, que van cayendo por su propio peso, o es que el ser humano ha perdido definitivamente toda capacidad de honrar a los muertos, de callar cuando otros solo desean llorar y romperse en pedazos con este mundo que se va a la mierda. 

Hoy un embajador ruso ha sido asesinado a tiros a los ojos del mundo. Sí se observa bien la imagen, parece sacada de una película. Nadie se mueve, la cámara no tiembla. Es lo realmente alucinante de todo esto. Muchos se preguntan si no se trata de un fake, si no será una falsa noticia, o resulta que todo es un montaje. Hace unas semanas se muere Rita Barberá, unos se alegran y otros dicen que es todo mentira. ¿Pero qué cojones os pasa, enserio? Sacan a todo color en las noticias el cuerpo del embajador yacente en el suelo, ni un ápice de sangre, hay una vida que ha dejado de ser vida en cuestión de segundos, y al otro lado, el asesino clamando venganza. La noticia tiene millones de visionados en apenas unas horas, y la gente no termina de creerse lo que ve, porque no le parece lo suficientemente real, no le parece lo suficientemente desgarrador. Pero ahí está la muerte, en todo su silencio, manifestándose.

En Septiembre del año pasado aparecía la imagen desgarradora de un bebé sirio muerto en una playa y medio mundo se llevó las manos a la cabeza. Los medios de comunicación no acostumbrados a enseñarnos imágenes de este calibre,  se dan cuenta de repente que lo que vende es la muerte, la muerte se comercia, se comparte y por mucho que lloremos un rato, la cosa sigue sin cambiar al día siguiente. Ya ni pixelan las imágenes, ni hacen el amago de ocultar nada. Te lanzan una oleada diaria las imágenes para que tú las proceses por tu cuenta, y para que vayas interiorizándolas poco a poco. 
Me doy cuenta de que los seres humanos no cambiamos, sino que nos acostumbramos a las circunstancias. Y que yo estoy muy pesimista. Con el paso del tiempo esta “mercancía mortuaría” ha ido incrementándose de forma asfixiante. La gente comparte, pide rezos cuando son los primeros ateos, se quejan, se reivindican de la mejor forma verbal que pueden, pide que se comparta, que se difunda, que se haga algo. ¿Y qué sucede después de todos estos hilos interconectados que se crean? Nada. Terminamos por acostumbrarnos, y el dolor ya no es tan amargo. 

La pantalla sigue ahí para protegernos a modo de escudo infranqueable, hasta que llegue un mal día en el que deje de hacerlo, y lo único que tengamos en nuestras pobres manos sea el creer en ese alguien que está encima de nuestras cabezas y que nunca se manifiesta. Hasta que llegue el día en el que lo pidamos sea un poco silencio, y de respeto, la paz que creíamos merecer por decreto y que se nos está arrebatando. 

¿Cuál es la solución que os propongo yo? ¿Dejar de compartir, dejar de dar voz el sufrimiento? Pues no lo sé, la verdad. No sé con exactitud si dejar de hacerlo nos convierte en peores o mejores ciudadanos. Pero sí sé que si no vas a hacer nada por ayudar, mejor respeta a los muertos y déjalos descansar. Respeta la no-existencia y bendice la existencia en el mundo. Deja de compartir vídeos de gente muriéndose como si de un vídeo cualquier se tratase. Porque sí esto termina de degenerar el día de mañana, no solo habremos culminado por desmitificar la muerte, sino que veremos un muerto en la calle y pensaremos que es mentira. Antes preguntaba por los límites entre la concienciación y la deshumanización, ahora os digo que probablemente no haya límites entre la realidad y la ficción, que ya no hay límites entre la vida y la muerte, y que tampoco esto último nos importa ya.  


Luego, a todo esto, cuentan las malas redes que en Rusia tienen pensado hacer un Reality basado en la política de Los juegos del hambre en donde está permitido cualquier tipo de violencia y que para más inri, ya tiene un público ansioso que espera por verlo. Dale superioridad y poder al pueblo y el pueblo pondrá el poder en su contra.


Deducid vosotros mismos. 

En conversación con uno mismo


                                                                                     

                                                                                               En honor a Luis Martín Santos


        Pienso. Me reinvento. Vuelvo a pensar. Uno, dos, tres cuatro... cuenta hasta cinco que no te da tiempo. No hay suficiente tiempo, nunca es suficiente. A veces parece que a la hora de escribir disponemos de un lapso mayor para  pensar mejor lo que decimos, pero en realidad, si queremos, podemos simplemente  usar el dedo como una extensión de nuestra conciencia, un mecanismo de defensa que nos protege de los balazos que nos van a venir por todas partes. Pienso. Solo pienso y me libero, me extiendo muy dentro, me adentro en los miedos, en la locura, en las palabras... en busca de las palabras concretas, de las palabras pérdidas. Es un juego constante con el firme oleaje de mi mente, que fluye a cada instante como si fuese a romperse. No encuentro las palabras. Mierda. Se ha ido todo a la mierda, como siempre. Me he vuelto a perder, y en verdad creo que es porque nunca he querido encontrarme. Encontrarse significa acabarse, y no quiero acabarme nunca. No quiero que termine la lucha que tengo conmigo mismo, con el mundo, con mi amor propio y con todo, con la vida. La vida es correr, batallar, sudar y respirar, ser brillante y ser una mierda, ser todo eso a la vez, simultáneamente. La vida es un eterno torbellino sin final, es una vuelta de hoja al pasar la esquina. Es la mirada de reojo que se nos escapa cuando algo nos atrapa. No nos damos cuenta pero batallamos, constantemente. Miro a la gente, la observo y la escucho y siempre me encuentro lo mismo, con seres que no se encuentran, que ansían ser felices pero que no pueden por mucho que lo intenten. Ser feliz es acabarse, es dejarse y adormecerse. La gente no quiere eso, no sería lo propio. La gente piensa, y yo pienso por ella también, me reinvento con ella, me mezclo y me mezo entre el abrigo del mundo. Eso que todos parecen buscar... hay quienes lo llamarían felicidad, pero no es eso. Es algo intermedio. Es algo que no tiene nombre, que está entre la tempestad y la calma, la cordura y la locura. Polos siempre opuestos. Qué manía tiene la gente en querer que nos encasillemos. La felicidad no nos hace felices. No. No queremos ser felices sino pensantes. Pensar para nada, muchas veces sin ningún motivo, sin ningún fin. Pensar por pensar, por amor al arte. Como si sintiéramos la dulce estabilidad de saberse pensante en el mundo. De encontrarse perdidos y encontrados, sin tiempo, ni aliento ni nada. 

Y eso es lo que nos basta.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Otro blanco roto


Hoy he vuelto a escribir,
Y sigo escribiendo mientras escribo esto
Aún con el miedo de retroceder
Para nunca regresar.

Hoy he vuelto a escribir,
Y me he quedado un momento quieto,
De súbito el blanco se volvió negro,
De improvisto surge el poder demoledor de la palabra.

Soy el Dios de mi propio texto súbdito,
Siervo de la extensión de mi mente 
Que se revuelca en el barro de la revelación.

Hoy he vuelto a escribir, y por extraño que parezca,
El tiempo me ha moldeado a su antojo,
Me ha convertido en masculino indefinido
Y me ha puesto al servicio de mí mismo
Como Dios omnipotente, de ese otro blanco roto. 



Leyendo a Lorenzo Oliván


No te había conocido aún y ya juré haber visto
Lo que en ti se esconde.

La manera en que te mueves entre la sombra,
Anida en mí, como un claroscuro serpenteante
Que se debate entre la vida y la muerte
Protagonizando la hora de la lucha.

Me veo y me toco, en el reflejo de la imagen nacida
De la palabra creadora, de sensaciones
Que nunca terminan por encontrarse.
Me aprieto por dentro para contemplar
Lo que en mí has provocado.

Surge, al fin, y tal vez de una vena que ha roto,
Al sentir crujir los límites de mis límites
Que se han cansado de esperar tanto.
Al oír borbotones  de versos encendidos
Que se iluminaron con el candor de ver yacer el día. 

Es poesía de la luz que se crea en la noche,
 Quizá, de la noche más oscura.

Leyendo a Houellebecq


El té, el cenicero medio vacío, el pintalabios
Las promesas de no volver a fumar un cigarrillo
Todo se esfuma, ¿cómo todo?
La contradicción y la rebeldía de un carmesí que olvida
Todo aquello por lo que algún día uno lucha.

Leo a Houellebecq y por un momento pienso
Que haberme visto reflejado en esa altanería enmascarada
Podía haber sido una hazaña, un guiño del destino
Que dice que aún queda tiempo para estar solos
Que no hay tanta prisa por sufrir, por flagelarse
Por degustarse en esta horrible maraña de la vida. 

Me siento desdichado, Houellebecq, como tú,
Tan solo en un mundo repleto de niños
Que se han quedado sin nada que succionar. 

El jueves pasado experimentaba una nulidad existencial
Mientras un completo desconocido se escurría por la puerta
Como un perro apaleado sin saber a fin de qué.
Por suerte pude salvar algo de lo que pienso que me queda,
Aunque desgraciadamente apenas queda nada que guardar.
Unos pocos problemas, un aguijón que no cesa,
Que no quiero que cese. 

Aguardar, sí, a que la bestia despierte del letargo de aquel,
Que se ha visto sumido en el vacío del limbo,
Algo puramente individual, carente de sentido. 

El pintalabios se desparrama por la carne, y ya
No queda nada que divisar al horizonte,
A través de la ventana que absorto uno mira
Por si ve a alguien interesante deambular.
Un 7º piso y tantas caras que flotan, 
No puede ser normal, 

            no lo es. 

La edad en la que uno permanece absorto mirando
Como si supiese de qué va el mundo 
Y aún no ha recorrido ni la mitad.
La experiencia fundida en un milisegundo
Antes de darse cuenta de que queda mucho trecho por cruzar.

La soledad se vuelve más palpable y enérgica que nunca,
Se expande y te engulle,
Sabes que este es el principio de un final que no llega.
Que aún no llega.
Y esa es la peor sensación.
La del pintalabios, el té, el cigarro a medio acabar
Y una garganta que clama en silencio.

Ha sido suficiente por hoy. Es jueves por la noche,
Sobrevivo a la semana, pero no olvido. 
Tengo la sensación de que yo también me escurrí por la puerta
Y tuve la oportunidad de volver, 

         para no ser el mismo.  



- Desconocido, Poetas que aspiran a inspirar.