lunes, 9 de enero de 2017

Juventud divino tesoro: In memoriam



           Entre estas vespertinas lecturas que vengo haciendo últimamente, encuentro un texto que un día hice con el ingenuo (Dios quiera genuino también) ánimo de entender Rayuela. Huelga decir que nunca terminé Rayuela, y que sin embargo, sí que leí sus pameos y prosemas, o sus 'Historias de Cronopios y famas' con mucha ávidez.  Pero con Rayuela sigo esperando aún el momento en que esta se deje encontrar, porque no soy yo que se evade, sino que es ella quien se esconde. Y no bromeo.
Leo, me releo, y me doy cuenta de cuánto ha cambiado todo. La verdad sea dicha, hay cosas que uno pierde por el camino y cuando quiere darse cuenta, ya se ha hecho demasiado tarde.  Sí, mira, me refiero a esa frescura y esa ilusión, que sí me lees y te das cuenta, esbozan este textito. Esa forma despreocupada y jubilosa de escribir sobre la hoja en blanco sin la sombra de los prejuicios, sin ese repiqueteo del temor a que algo pueda estar mal escrito.  Y no como ahora, que me gobierna la dichosa autocrítica, de quien pretende forjarse en la meritocracia, sin apenas haber llegado a la - cracia, o la gracia. 
En fin, aquí ha una de esas reflexiones que escribe uno sin la presión de verse reflejado y herido sobre el folio. La imagen de la honestidad y la inocencia de un espadachín de letras, sin florituras, que habla con un corazón de lector ante todo, enaltecido y muy pero que muy esperanzador. 
Benditos tiempos.



                                                                                                                                                       26/07/2013


          4:37 de la mañana. Acostarme a las 23:00 después de estar meses y meses durmiendo a las 5 de la madrugada, no sé si fue una buena o suicida idea. Tengo el móvil jodido, el ordenador muy lejos y el Rayuela de Cortázar, creando polvo y lágrimas en el capítulo 13 desde hace unos días. No sé si os ha pasado alguna vez en vuestra vida como lector, de coger un libro que sabes que tienes que leer porque sabes que te enriquecerá, pero que lees y aunque quieras esforzarte no lo consigues entender en toda su amplitud. 
Algo así podría decirse que me ocurre con Rayuela

No me considero una persona que tiene que entender todo que lee, cada autor es único, como bien decía Croce, y cada uno tiene su propia interpretación de la vida, que nadie fuera de ésta, podrá llegar a comprender jamás. El lector solo vislumbra una cuarta, por decir nº al azar, parte de lo que el escritor quiere transmitir. No es que seamos tontos, es que nos esforzamos por conservar nuestra individualidad y nuestros valores. En mi caso puedo decir que entiendo poco por mi inexperiencia e ignorancia, no infundidas, sino inevitables. Materia filosófica, cantantes de jazz, francés sin subtítulos y un batiburrillo de extranjerismos que no entiendo pero entiendo que están ahí por algo, porque si es una buena literatura todo está calculado, vamos a ver, que es Cortázar. 

Como habréis podido comprobar, en un arrebato de pasión por el Canon hispanoamericano retomé mi sosegada batalla ante el inexpugnable Rayuela. Y para mi sorpresa que me encontré en el capitulo 21 sin ni siquiera haber mirado los números en el transcurso. He de decir que está claro que no entiendo hasta donde puede llegar la frustración filosófica y existencial de Horacio Oliveira, pero si, entender otras 'cosas'. 

Me llama especialmente la atención El Club de la Serpiente, que es por así decirlo, un grupo de amigotes que se juntan para hablar sobre mujeres, fútbol y sexo, sexo con mujeres, sexo con hombres, sexo. El facto determinante es que en esta historia, para no variar, se reúnen para hablar de Literatura, de la vida, de la batalla del hombre con el mundo. De la conservación de la calma en la tempestad del conocimiento, de recuperar del centro y el norte, pero nunca dejar de hacer preguntas. Algo que es sin lugar a dudas, vital, y eso es lo que sustenta al grupo. 

Todo esto acompañado de mucho jazz, tabaco, arte, Vodka, lluvia de París, y alguna mujer ,como Babs y más importante, La Maga, esa con nombre de Bruja, que sin serlo hace magia y esencia en la obra. Provista de una belleza salvaje, nacida y criada en Montevideo, maltratada por su padre y violada por el vecino borracho, y algún que otro más. Cruda, de semblante conciso, de serenidad y la calma de quien perdió la inocencia a los 13. Algo inculta, pero sagaz e inteligente. Y con ese aire atolondrado, haciendo preguntas a los chicos, que entre resoplidos y miradas al cielo la explican términos (ahí es donde aprovecho yo para enterarme mejor, gracias a Dios y a la existencia de La Maga) y después cuando menos se lo esperan, les esta dando lecciones de vida, cosas sencillas, tan sencillas, que ni ellos mismos alcanzan a comprender y que envuelven por inercia en ese halo de desconcierto innato. 

Es sorprendente como cada uno de sus integrantes tiene su propia historia, algo en lo que yo he pensado mucho. Nos pasamos la vida buscando una mediocre idea como es la media naranja, cuando en realidad buscamos alguien con historia, una historia que ofrecernos para poder adherirnos a ella. A veces encontramos una persona con una historia parecida a la nuestra, y conectamos de inmediato. Otras veces, de maneras muy diversas y dependiendo de como sea cada persona, huimos por su dificultad e incluso llegamos a amarla, pues, si conseguimos aclimatarnos a ella, la historia que compartamos será mucho más fuerte. Después llega que la relaciones se rompen y con ellas un parón en la historia mutua, pero nunca nunca, un borrón. Y qué narices es eso de la memoria selectiva, la memoria es traicionera, y con un simple olor te puede llevar a los lugares más recónditos de tu inconsciente, en donde guardaste el beso más amargo, y te redescubres con los pelos como escarpias en la negrura de una noche de verano. 

Cuando una historia mutua se rompe, lo más probable es que si fue intensa, se reencuentren ambas partes. No hablo necesariamente del amor romántico, sino de ese ideal que supone la complicidad. Eso que en esa nuestra sociedad posmoderna calificamos de destino, una sucesión y convergencia de historias, con sus consecuencias y sensaciones. 

Por eso creo firmemente, que no tenemos porqué renunciar a nuestros recuerdos, ya sean buenos o malos, sino aprender a vivir con ellos porque forman parte de nuestra Historia marcando la diferencia, y si seguimos ahí para rememorarlos es porque los superamos y somos lo suficientemente fuertes para latir en el mundo. Al igual que la Maga, que gracias a sus vivencias pone patas arriba toda esa parafernalia filosófica que tanto prolifera en el Club de Mala suerte. Y ya ni que decir si nos adentramos en la de la historia de Horacio Oliveira, en donde poco a poco se está haciendo un gran hueco en su corazón, en su mente y en su filosofía de vida.

Y por esto me gustan esta clase de libros, porque nos ponen en contacto con el mundo, nos activan la mente, nos la chamuscan hasta oler, y doler... pues si una obra como esta ha llegado hasta donde ha llegado, ¿será por algo, no?

Para ir cerrando con toda esta perorata yo venía aquí a deciros, más bien a rogaros, que no dejéis un libro (ojo con qué libro eh) en la página x por muy aburrido que sea y que lo intentéis al menos por aquello que corréis el riesgo de perder si escogéis el camino de la rendición.

     La mayoría de las buenos/grandes historias esconden toda su magia en el cuerpo, esperando a que alguien con el suficiente valor, sepa oler y tocar con sus dedos el dulce amargor de sus páginas.



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