domingo, 26 de febrero de 2023

Cortar comida - La Villa (28/08 - 05/09/2021)

 

Me gusta mirar a tonchu cuando corta el pescado. Observar cómo hace los cortes sobre la pieza se ha tornado una suerte de peregrinación interior para mí. Analizo y sigo fielmente cada uno de sus movimientos manuales. Cómo consigue hacerlo despacio. Disecciona el pescado por partes, mientras lo tiene agarrado por la cabeza, retira la grasa, las espinas… todo lo que sobra, lo que nadie va a comerse va a la basura de un plumazo. Todo lo retira con parsimonia. El pez degollado, que ya no es pez sino pescado, entorna sus ojos amarillos hacia el aluminio. Los cortes son limpios, seguros, irreversibles. Todo lo que se corta no vuelve y se tira a la basura. Yo como mi plato de carne con papas en el cuartito que llamamos ‘oficina’ mientras veo como Tonchu va cortando el pescado poco a poco. Le digo que qué hace cortando un bonito y él de buena gana me dice que no es bonito, que es una lubina, y nos reímos.

Morena, que es mi Maga, también se ríe de mí porque dice que como muy despacio, pero lo que Morena no sabe es que tengo más ganas de ver lo qué sucede que de comerme el plato. Morena se ofende si dejo comida en el plato y lo tiro a la basura, aunque todos los días tiramos kilos de comida a la basura que sobra del servicio. Me pregunto cómo se puede lidiar con tanta pena al día teniendo en cuenta la falta de respeto que supone para Morena dejar comida en el plato.

Hay un animal interior en mí cuando como en la cocina del restaurante. Todos piensan que mi afición principal es glotonearlo todo, ir picando de aquí y de allá, pero a mí me gusta entrar a la cocina y ver a Morena desmigando la carne, haciendo filigranas para hacer terrina de rabo de toro y chuparse los dedos. Me gusta entrar y ver que hay otros universos subterráneos donde hay personas que hacen que todo funcione. Cortar la grasa es sano, tirar las espinas es supervivencia, tirar la comida no lo es, y aun así tiene que hacerse.

Dar de comer es el mayor acto de amor que existe, ahora lo sé. Todos los días le doy las gracias a Morena por darme de comer, y recuerdo que mi madre también lo hace. En cierta manera me siento adoptada por un grupo de personas que han decidido acogerme y han aceptado un acuerdo sin escrituras.

Todos los días, antes del servicio, suena “obsesión” de Aventura, un grupo de reggeaton que solía escuchar y bailar en las discotecas cuando tenía quince años. Hay una especie de regresión en subir y bajar escaleras mientras escucho de fondo obsesión, “lo que tú tienes se llama obsesión”. Quizá sea eso. Al otro lado de la puerta oigo como hablan de sus cosas, de Santo Domingo y ese tono de añoranza de quien tuvo que abandonar su casa. Hablan de fulanito que mató a menganita por celos, porque decían que era suya. Resulta algo cotidiano, la muerte. Santo Domingo, y República dominicana. En la cocina son todos dominicanos, escuchamos bachata, reggeaton, las letras dicen algo así como algo de que era suya también. Qué se yo. A mí me gusta oír a Morena cantar. El otro día le dije que me recordaba a algunos de los personajes literarios que más me han fascinado a lo largo de mi vida. Le dije que se parecía a la Maga de Rayuela y Tonchu me decía “sí, ese escritor argentino, ¿no?” Morena que es mi maga particular se quedó mirándome absorta. También le dije que se me parecía a Úrsula y que no moriría nunca. Tonchu y Rosa se reían porque saben que es verdad.

Una casa sin su matriarca no es una casa, una cocina sin alguien que se chupe los dedos y limpie la cuchara, no es una cocina. Y yo de mientras como en el cuartito de la cocina, oyendo bachata, comiendo de plato, mirando el aluminio, siguiendo las manos que no paran de juzgarme y hablarme.

 

El otro día me encontré a Morena en la calle, allá fuera de la cocina. Fue extraño verla fuera, aunque creo que ella también detectó lo mismo porque cuando llegamos al restaurante me dijo: “Sandra, antes te vi en la calle, ibas andando toda tú”.

 

He vuelto a ver a Tonchu cortando comida, esta vez era un trozo de carne, solomillo. Creo. Se me vienen a la cabeza recuerdos de Madrid hablando sobre vegetarianismo y veganismo con mis amigas. La cocina huele a un mézclum de cecina, lomo y jamón ibérico y yo me como un bocata de tortilla francesa con queso ahumado. No sé qué tiene el acto de cortar que me absorbe. Cortar, desgranar y purificar las cosas es extrañamente reconfortante. Saber dónde cortar, cómo hacerlo para no desperdiciar nada. Yo es cortar una patata y llevarme todo por delante. Cortar irreversiblemente. Creo recordar algo. Ruido de fondo.

La cocina está repleta de estímulos, me gusta quedarme en la esquinita sintiendo todo lo que sucede alrededor. Algunos hablan del pasado en república dominicana, del amigo que necesita los papeles. El ruido de los fogones y la radio puesta inunda las paredes blancas. Ahora huele a morcilla, alubia y berza cociéndose a fuego lento. El cocido lleva haciéndose toda la noche. Morena, que es dominicana, ha hecho cocido montañés para un grupo de turistas ansiosos por comer cocido montañés. Ojalá poder afiliarme eternamente a esa lista de absurdeces que suceden detrás de nuestras vidas, al otro lado de una puerta, en la cocina de un restaurante.

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