domingo, 26 de febrero de 2023

30/01/22

 

I

Qué terrible la despersonalización del cuerpo conocido,

Y no reconocido. Eres hijo del hijo pródigo

Y yo ya no soy tú madre.

 

Ángel yacente, yo ya no soy tu madre. Te amamanté de manera desinteresada como a las finas y sutiles cabras. Te adopté como a los jóvenes filósofos, te crie en el arte del diálogo, en la retórica, en el manejo y las maneras.

Tejí telas en tu frente, soplé cortinas traslucidas, las llené de belleza y de ternura.

Esparcí la leche por tu cara plisada y te di un nombre mientras, tú, te limitabas a abrir la boca para bostezar.

Sin mayor pretensión, ocupé un cargo que no me correspondía y te besé en la nuca varias veces mientras me clavaba estacas en los ojos del dolor.

Qué dolor, ser madre sin hijos, huérfana camino hacia el no-reconocimiento del hijo, del desagradecido, del exilio. Pusiste la retórica en mi contra y obraste con mano de hierro. Pusilánime, me golpeaste y me lanzaste por los aires, esparciste mis restos por el globo terráqueo y soplaste a mis espaldas la nuca. Nuca rasurada, nuca en estado de elevación.

Observa desde aquí tu declive de madre, he aquí tu obra que se subleva y se desgaja. Placenta no viene de placentero, pero bien podría serlo. Siempre quisiste criar un hijo y te salieron hormigas de las cuencas de los orificios. Desde ahora queda inaugurado tu descenso.

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