He
dejado de escribir porque me estaba desangrando. // Era horrible
Detrás
de este gesto hay una cuestión de supervivencia. // De estética.
No
quiero escribir y ponerlo todo perdido. Me he cansado de vomitar sangre. Bilis.
Espuma de la rabia interior de no saber cesar. Es putrefacto, ni siquiera
siento que esta manera de expresarme pueda llamarse merecidamente escatología.
…
Me
pregunto cómo lo habrán hecho el resto de escritores y escritoras para no morir
en el intento de contar lo que hay tras el quiebro que supone desligarse de una
persona. Resulta harto agotador venir hasta aquí. Escupo restos del último mes.
Hay momentos en los que siento que se me deshilan las costuras. Si pienso
demasiado en una imagen, en un detalle muy concreto… siento literalmente la
grieta cuanto mayor es el grado de concreción de la imagen. Tal y como actuaría
un jarrón que es presionado por ambos lados por una gran fuerza. El jarrón no
estalla de golpe, sino que se va resquebrajando lentamente hasta que su
superficie es apenas reconocible. En el jarrón se van dibujando suturas muy
finas. Me siento reconocida en ese tapiz de suturas. Me he dado cuenta de que
solo yo puedo verlas y creo que en ese sentido no me había preparado para esa
clase de soledad. Una soledad que habita con el dolor mientras convivo con
fuerzas que me gravitan. Soy Prometeo en el Cáucaso. Me coso las heridas todas
las mañanas y me acuesto con ellas abiertas de nuevo. Se trata de un rito que
nunca pedí. Veo mi sombra en la pared tirando de una cuerda constantemente. Acto
seguido, me coso las heridas. Es un ejercicio físico tan peliagudo como
escribir esta palabra. Esta palabra es ya de por sí un esfuerzo. No sé si
decirlo suena demasiado dramático, pero me resulta imposible contabilizar la
cantidad de suturas que ahora me constriñen. Ya lo he dicho. O sea, lo he
escrito. Decir es en voz alta, e intento que esa práctica se efectué lo menos
posible. Lo hago también por la supervivencia. Escribirlo lo hace perenne,
decirlo lo convierte en algo existente. No quiero llegar a ese punto porque entonces
sí
sería demasiado
doloroso.
Me
he acostumbrado a hablar mucho conmigo misma y a enmudecer por encima de lo que
mis posibilidades connaturales me permiten. Tal vez alguien piense que esto es
la prudencia que una va adquiriendo con los años. Sencillamente, no lo creo.
Sencillamente
dormita en mí una especie de pereza y un sentimiento de cobardía hacia el
sufrimiento. Aún no he aceptado ese estado. Procuro levantar la cabeza con la
ayuda de mis manos cuando nadie está mirando. Hago el ejercicio de elevarla un
poquito cada día. Piano piano como dicen. Llevar un mantel de suturas en
la espalda no debería de considerarse un estado de gracia por el que estar
orgullosa. Me cansa tanta incapacidad y tanta inapetencia, hay quien convierte
el dolor en su casa, pero yo no aspiro a ser así. Quizá por eso no escribo. Lamentablemente
escribir también supone tirar de la cuerda.
Sigo
preguntándome de mientras cómo lo harán el resto.
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