domingo, 26 de febrero de 2023

31/10/2021

 

He dejado de escribir porque me estaba desangrando. // Era horrible

Detrás de este gesto hay una cuestión de supervivencia. // De estética.

No quiero escribir y ponerlo todo perdido. Me he cansado de vomitar sangre. Bilis. Espuma de la rabia interior de no saber cesar. Es putrefacto, ni siquiera siento que esta manera de expresarme pueda llamarse merecidamente escatología.

Me pregunto cómo lo habrán hecho el resto de escritores y escritoras para no morir en el intento de contar lo que hay tras el quiebro que supone desligarse de una persona. Resulta harto agotador venir hasta aquí. Escupo restos del último mes. Hay momentos en los que siento que se me deshilan las costuras. Si pienso demasiado en una imagen, en un detalle muy concreto… siento literalmente la grieta cuanto mayor es el grado de concreción de la imagen. Tal y como actuaría un jarrón que es presionado por ambos lados por una gran fuerza. El jarrón no estalla de golpe, sino que se va resquebrajando lentamente hasta que su superficie es apenas reconocible. En el jarrón se van dibujando suturas muy finas. Me siento reconocida en ese tapiz de suturas. Me he dado cuenta de que solo yo puedo verlas y creo que en ese sentido no me había preparado para esa clase de soledad. Una soledad que habita con el dolor mientras convivo con fuerzas que me gravitan. Soy Prometeo en el Cáucaso. Me coso las heridas todas las mañanas y me acuesto con ellas abiertas de nuevo. Se trata de un rito que nunca pedí. Veo mi sombra en la pared tirando de una cuerda constantemente. Acto seguido, me coso las heridas. Es un ejercicio físico tan peliagudo como escribir esta palabra. Esta palabra es ya de por sí un esfuerzo. No sé si decirlo suena demasiado dramático, pero me resulta imposible contabilizar la cantidad de suturas que ahora me constriñen. Ya lo he dicho. O sea, lo he escrito. Decir es en voz alta, e intento que esa práctica se efectué lo menos posible. Lo hago también por la supervivencia. Escribirlo lo hace perenne, decirlo lo convierte en algo existente. No quiero llegar a ese punto porque entonces        sería     demasiado      doloroso.

Me he acostumbrado a hablar mucho conmigo misma y a enmudecer por encima de lo que mis posibilidades connaturales me permiten. Tal vez alguien piense que esto es la prudencia que una va adquiriendo con los años. Sencillamente, no     lo    creo. 

Sencillamente dormita en mí una especie de pereza y un sentimiento de cobardía hacia el sufrimiento. Aún no he aceptado ese estado. Procuro levantar la cabeza con la ayuda de mis manos cuando nadie está mirando. Hago el ejercicio de elevarla un poquito cada día. Piano piano como dicen. Llevar un mantel de suturas en la espalda no debería de considerarse un estado de gracia por el que estar orgullosa. Me cansa tanta incapacidad y tanta inapetencia, hay quien convierte el dolor en su casa, pero yo no aspiro a ser así. Quizá por eso no escribo. Lamentablemente escribir también supone tirar de la cuerda.

Sigo preguntándome de mientras cómo lo harán el resto.

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