jueves, 18 de mayo de 2023

carnaval 2023

 

    Existe toda una cosmogonía en torno al carnaval de Brasil que creo importante compartir con vosotrxs pues abarca unas formas de vivir en cierta forma alejadas de ciertos convencionalismos occidentales. Me cuesta entender aún la clase de catarsis colectiva que he experimentado estos días y que me ha llevado a reflexionar sobre los patrones por los que se rige nuestra realidad. Vivir esta experiencia me ha hecho entender que existen múltiples formas y posibilidades de interactuar con lo cotidiano, lo que me parece super estimulante. En el carnaval el cuerpo se impone a través de movimientos que gravitan en un espacio dinámico y multiforme. Entrar en las puertas de la ciudad carnavalesca es adentrarse en un mundo exento de reglas (lo que no significa que dicho sistema no disponga de sus propios mecanismos de autogestión), donde todo es posible, nadie está triste, la única norma es dar y recibir alegría. Al mismo tiempo, todo sucede extremadamente rápido, la realidad se convierte en algo fragmentario y colorido.  El gentío de brincantes se convierte en una masa performática en donde cada persona se convierte en aquello que siempre quiso ser, con independencia de su género, clase social o etnia. La inclusividad es tan total que resulta incomprensible entender como en la realidad superficial que vivimos aún existen tantos problemas para la convivencia. No hay gobernantes, solo cuerpos que buscan satisfacer el principio de placer, de búsqueda de unión con el otro a través de la música y el baile. Tampoco existe un postulado estético, todo vale en el reino carnavalesco. Te importa un carajo el sudor de la gente, el calor atosigante, subes y bajas laderas en una suerte de procesión. Te limitas a seguir una pulsión colectiva entrando en un trance semiconsciente.



    Pero, sin duda, la noche más especial es el miércoles de cenizas, día en el que el ser humano celebra su condición de sujeto frágil y transitorio. En la ‘quinta de cinzas’ se despide el carnaval y se celebran los nuevos comienzos. Las laderas de Olinda se convierten en redes sanguíneas por las que circula toda una intrahistoria africana e indígena y en donde la palabra y el canto reverberan en un acto polifónico. Uno piensa que está ‘brincando’ todo el tiempo en una suerte de procesión, pero en verdad lo que está haciendo es colocar el cuerpo al servicio de un manifiesto político por la lucha de un derecho básico: el derecho al disfrute. Existe una potencia muy fuerte que se instala en el imaginario colectivo cuando se baila al ritmo de Maracatú de baque solto, partes de tu cerebro reconectan con regiones dormidas. El universo carnavalesco pernambucano se puebla de seres mitológicos: el Caboclo de lança, la Ursa, os bonecos gigantes, a veía do Bambú… el Gran Teatro del Mundo se vuelve más palpable que nunca, pasas de ser espectador a ser participante de un continuum que vertebra desde una raíz. En la quarta de cinzas ocurre el llamado ‘encontro dos bois’ en donde algunas personas se visten de buey frente a la casa de Dona Dá na Rua da Boa Hora y se reúnen para bailar en una rueda frenética y comer fruta. Cada vez que pienso que he podido formar parte de este ritual de despedida (y de iniciación) en una espacio tan reducido e intimista me emociona muchísimo. Ser participe de este viaje atemporal en donde pasado y presente se funden ha sido mágico. Es ahora cuando he podido entender la importancia que tiene el carnaval, pues ofrece una salida a ese mundo inmerecido al que hemos sido arrojadxs dotándonos de clarividencia para poder afrontar la vida desde otro prisma, teniendo la certeza de que existen otras miradas, otras formas de moverse por el espacio, de desconectar de una realidad muchas veces hostil. Va a ser difícil descolgarme de esta sensación, pero, para mi suerte, ahora puedo llevarla siempre conmigo.

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