sábado, 15 de diciembre de 2018

Lecturas



         Era recurrente encontrar alguna mancha de sangre entre las hojas. Cuando menos me lo esperaba me encontraba con alguna huella arrinconada a un lado, muy al borde de las líneas, como si se tratase de una especie de marca de agua. 

O un pie de página del cuál no entiendo el significado. 

Tengo entendido que algunas personas escriben para anotar algo que creen que es importante, o simplemente para encontrar algún sentido. Yo me muerdo porque no entiendo, me muerdo incansablemente, de una manera casi enfermiza. Acto seguido suelo doblar la página para volver sobre ella y así poder interrogarme a vontade. Deduzco que así, las marcas rojizas me ayudarán a volver sobre el texto e intentar comprender el por qué están ahí.

Lo que suele ocurrir es que de repente me sobresale un trozo de piel. Luego, me miro incrédula la brecha, y me muerdo más fuerte si cabe. Tengo una tendencia al dolor un poco cobarde, como quien quiere hacerse daño, pero solo es capaz de hacérselo un poco. Como aquel que fuma y no le produce placer. Como el que solo quiero notar como le rasca el ácido por la garganta y al instante, recula y se arrepiente. Algo así como para constatar (a alguien, a sí mismo) que se vive, y que le duele la vida, tal y como duele un mordisco de alguien a quien se quiere mucho. Es decir, se trata solamente de un dolor moroso, de un ritmo dulce. Algo, a decir verdad, muy característico. 
De ese modo, precisamente, me muerdo, intentando por todos los medios que sea a la velocidad exacta en la que la página gira y desaparece, tras una corriente inusitada del agua de un manantial que aún desconozco. 

Estaba yo pensando todo esto cuando leyendo un libro de Clarice Lispector leí lo siguiente: Y no olvidar, al comenzar el trabajo, estar preparada para equivocarme. No olvidar que el error muchas veces se había convertido en mi camino. Siempre que no resultaba cierto lo que pensaba o sentía, entonces se producía una brecha. Morosa, continuo (no sin cierto recelo) por el camino trazado… mi error, no obstante, debía de ser el camino de una verdad: pues únicamente cuando me equivoco salgo de lo que conozco y entiendo… la verdad tiene que estar exactamente en lo que jamás podré comprender. 

El dedo de súbito me supo a salitre. Vi de nuevo un trozo de piel desgajado, no se trataba de algo asqueroso, no, sino más bien sutil, casi como un aviso, una advertencia. Acto seguido me mordí más fuerte, finalmente brotando. Fue entonces cuando entendí que debía salir. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario