jueves, 13 de julio de 2017

Vega de Pas


24/05/2016




         Hubo un momento en el que nos sentíamos altos. Recuerdo ese día en el que nos pusimos en la cima de la montaña a contemplar el mundo a nuestros pies. Nada importaba ya. El futuro era visto como algo lejano que nunca podría tocarnos, y a día de hoy queda visto que incluso fue capaz de atravesarnos. El rastro que deja la cima es irrefutable, y caer en verdad se vuelve más difícil de lo que un día pudimos llegar a concebir.

El caso es que, desde entonces, me he vuelto consciente de lo que supone de verdad aprovechar el momento. Abrazarlo y sujetarlo hasta el fin. No importa cuán poco pese el futuro, nunca debemos olvidar que está ahí, y que todo llega. A día de hoy nunca olvidaré ese instante en que cualquier cosa parecía pequeña. La serenidad, la paz, la felicidad del momento que estallaba por dentro. Compartíamos una sensación de elevación que a decir verdad, se quedó en aquella montaña, donde todo parecía verse más claro y que aun así, solo ha podido permanecer en el recuerdo. Después. el futuro llega y se ensaña, se regocija en su propia omnipresencia y se convierte en presente. Entonces no hay manera de mirarlo desde arriba porque mire donde se mire te lo vas a encontrar de cara y solo queda hacerle frente. Por eso, es importante no olvidar las cosas buenas, los momentos de altitud en los que un día parecía como si alzásemos el vuelo. Debemos gestionar el recuerdo para sobrevivir a un futuro que ha llegado y se ha implantado en nosotros para quedarse por un tiempo. 

Vivir del recuerdo no está de más, siempre y cuándo sepamos donde nos encontramos, y no olvidar, que hay que tener los pies en el suelo, a pesar de tener la cabeza, arriba, en alguna otra parte.



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