viernes, 9 de junio de 2023

la mano que agarra la fruta del árbol es, en verdad, un brazo protésico.

 

(...) Quiero el principio material de las relaciones, aún necesito captar el destello oculto que hay en un ojo. Ahora sé que hice demasiados esfuerzos por captar y salvaguardar algo que más tarde ya no querría conmigo. Escribí sobre la imagen para no olvidarla nunca y ahora no puedo parar de escribir cosas que no quiero recordar. Escribo para ordenar el camino de otras, para recordarme cómo fue caminar por esta tierra por si algún día vuelvo a ensuciarme. Quizá estoy escribiendo un manual de instrucciones, por si vuelven a hacerme un trasplante. Camino por la vida con una herida abierta, mientras veo como los hombres me miran la frente y me juzgan porque los odio. Antes no pensaba así, pero ahora que hay algo que me falta siento que hay una realidad inestable y movediza que hace con que las cosas, de repente, se desplomen. Yo no sabía lo que era el derrumbe hasta que lo conocí y desearía no haberlo hecho nunca porque he pasado a ser una niña con una tirita en la frente. 

Desde hace unos meses me ha visitado la idea de un amor sereno. Como si yo nunca hubiera vivido uno. Eso lo he olvidado también. Viví un amor sereno con veinticinco años y pienso que el amor que me deparará con treinta será otro tipo de amor sereno. Será.

Que me hayan roto el corazón me hace sentir tan vieja… solo quiero alguien que me tome con las palmas de las manos y entienda este cuerpo protésico. Pienso en alguien que aún no existe, al igual que recuerdo a alguien que nunca existió - fue una invención literaría -. Vivo en la indeterminación de una persona que no estuvo y de otra que no ha llegado. No tengo prisa por saber quién será, pero sí que corro tras el hecho de dejar atrás a ese otro que no se ha ido.

Qué terror supone convivir con una imagen desfigurada porque eso también se llama enfermedad. Temo el día en que me haga la pregunta que todxs nos hacemos llegados a un punto: cuánto tiempo has estado pensando en un muerto (...) 

Empieza a fatigarme escribir sobre la muerte en esta isla de vida, tal vez sea por eso que el lenguaje se ha vuelto demasiado directo. Demasiado tosco, demasiado feo, demasiada muerte. Crear metáforas requiere de una madurez estética que yo ya no tengo porque me domina la pereza, y el cansancio y una especie de dolor en los dedos de tanto escribir sobre lo mismo. Solo quiero vomitar, ordenar, jugar a las piezas. En este lugar del duelo que habito ya no existe la Literatura. Solo la habitación de una clínica con una puerta que dice ‘se acaba aquí’. Y es por eso que escribo un manual de instrucciones.


Oigo un grito lejano… Parece como si las primeras fases del duelo también fueran un sueño. Me recuerdo llorando en mi cuarto mirando por la ventana y un cielo por encima de los jarrones. Recuerdo tener el puño en el pecho para sujetarme las cuentas. No sé exactamente cómo he llegado hasta aquí, hasta esta Isla. Mi intención era hacer un manual de instrucciones, pero creo que he fracasado en eso también. ¿Cómo he llegado hasta este cuarto con todo incluido? Escucho a mi amiga Pepi decir… tiempo, tiempo, tiempo. No dejo de pensar en el término ‘desmemoria’. No hay nada más plano y servil que olvidar. Y pese a todo, lentamente, olvido. Rosalía dice “Ya no me acuerdo de tu cara la forma de tu cuerpo ni aunque la pensara, hay demasiao que nos separa”. Solo veo contornos, la bruma ha tapado la luz como en un día de niebla.

Existe algo elemental en la frase: hasta quienes no quieren olvidar, olvidan. Tiempo, tiempo, tiempo… decía la Pepi y rezaba Caetano.


                                                                                                 fragmentos de textos pasados. 

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