Y otras formas que tiene la
filosofía de hacernos la vida más fácil.
22/10/2016
Primero llegó Juan Arnau y sus estrellas,
luego el shamkya, el purusha y la prahti (hermoso tema del que otro día hablaré).
Luego sin comerlo ni beberlo doy un largo paseo hasta el siglo XVII y Berkeley
y luego como si nada, me planto en mitad del siglo XX con Borges, y su, cuanto
menos enigmático, cuento TIön, Uqbar, Orbis Tertitus.
Por estas y
otras casualidades, leo que Berkeley era un tipejo iluminado de la vida que
decía que un árbol no hacia ruido al caerse si nadie estaba allí para verlo, y
que lo mejor que se le ocurría para darle credibilidad al asunto es que, en conclusión,
si hacía ruido era porque Dios estaba ahí para contemplarlo, vamos, lo que es
hacerse un Deus ex machina en toda
regla (valga la redundancia). Esto es como cuando tu madre te decía de pequeño
que no tuvieses miedo a la oscuridad porque los ángeles estaban contigo, o
también, y yendo al lugar al que quiero llegar, a eso que se dice mucho hoy en
día, “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Supongo que
la edad, y ciertas vicisitudes de la vida te acaban por arrastrar a relacionar
términos filosóficos con lo que vives y padeces, pero también digo, que hasta
que no adquieres cierta perspectiva no te das cuenta de que ambas cosas están
íntimamente ligadas. Of course, me
diréis. No he descubierto la pólvora, pero que quede claro, que los asuntos más
cotidianos son perfectamente susceptibles a convertirse en objeto filosófico de
sábado noche después de unas copas de más. Todos somos filósofos de la vida,
porque nuestra naturaleza, como seres humanos, es ser ante todo, racionales
(aunque otros muchos escojan desde la racionalidad, ser un animal).
El caso es
que el enunciado que más tarde se convertiría en carnaza de refranero español,
ya lo pensaba Berkeley en su día. Lo que no sabía este buen cristiano, es que
nos solucionó la vida a muchos a la hora de apagar el interruptor del dolor.
¿Por qué? Sencillamente, porque el dolor no existe. Ya lo dijo él sin querer
decirlo: El dolor, que siempre es a causa de algo, no existe mientras no sea
percibido. La materia, el mundo materialista al que tanto estamos no solo
apegados sino familiarizados, según Berkeley no existe, nada existe para ser
más exactos. Solo existe mi percepción, que al igual que la de todos los
mortales es la misma. Es, en definitiva, LA Percepción magnánima y en
mayúsculas. Y ya por si acaso nos quedaba un escollo por ahí suelto, viene Sr. Berkeley para decirnos que don’t worry,
que Dios es la solución y con él, la percepción pura.
En pocas
palabras y puestos a ser vistas (ja, ja) desde un empirismo extremo; como no
veo el dolor, como no veo su causa (ojos que no ven) no siento dolor y por
tanto, no existe (corazón que no siente). Después de toda esta paranoia que me
he montado, me doy de cara con la conclusión y me digo ¿Sufrir por cosas que no
veo? Anda y que las den, he encontrado a alguien que me ha dado la mejor
solución habida y por haber desde que me mentalicé un día con “que las cosas
pasan por alguna razón dictaminada por un destino que yo no controlo”. Con esto me desentiendo y santas pascuas, una
preocupación menos para una cabeza que ya se aturulla lo suficiente.
Pero es que
todavía hay más, sino, releed la última línea del párrafo anterior y
entenderéis el porqué de seguir dándoos la turra con estos cánticos que, a
pesar de no llevarnos a ninguna parte, nos pueden hacer más llevadera la vida.
Con motivo de echarle más leña al fuego y por si no fuera poco, me sale la vena
literata y me pregunto ¿Entonces, qué es la literatura, qué es el arte, qué es
la creación, qué es la imaginación? Partimos de la base de lo ya mencionado, lo
único verdadero en el Mundo singular de Berkeley es la percepción, y percibir a
la postre es imaginar, es decir, crear de la nada o, siendo más aproximados,
crear/modelar desde nuestra percepción de las cosas. Huelga decir que este
repudiaba la ciencia por encima de todas las cosas, pero en ningún párrafo de
su teoría se hace alusión al componente imaginativo.
Y ahí es
donde entra todo aquello que sea creado mediante el flujo de nuestra mente. La
obra artística en sí, no tiene ningún tipo de materialidad hasta que se plasma,
pero existe, porque es percepción, porque es algo nuestro. Aunque todos podamos
percibir de la misma manera, ni este señor ni nadie puede negarnos que lo que
creamos es verdadero, por el simple hecho de que ya está autentificado el acto
de crear. Lo que llega a los demás, el formato libro, la palabra y toda esa
parafernalia que nos sirve para estar en contacto con el mundo y para recibir
una cierta aprobación, es mentira inexistente e innecesaria.
Sonrío, porque
ya nada duele. Todo lo que os estoy diciendo es mentira (ya no solo porque lo
dice Berkeley sino porque menuda paranoia os acabo de escupir), pero lo que
pienso antes de escribir es verdad, y me consuela. También sonrío porque no
paro de imaginarme a Dios allá por los cielos parnasianos sentado en su sillón
de cuero leyendo TIön, Uqbar, Orbis Tertius mientras se toma una copichuela de
Cardhu y sonríe. Sonreímos en el mismo plano, al mismo tiempo, porque somos
seres perceptivos, y por un momento, me siento a la altura de lo divino.
Y yo me
marcho sin hacer mucho ruido, como el que quiere que en verdad lo escuchen pero
hace el amago de disimular para que luego no le digan que lo hizo por llamar la
atención. Quizá, y Dios lo quiera (ja, ja x2) haya alguien algún día que se dé
la vuelta y diga “porque no hiciera ruido no significa que no existiese,
simplemente es que no estuvimos en el momento justo para verlo”.